Las estaciones son una de las maneras que tenemos los seres humanos de dividir el año. Estipulamos unos periodos de tiempo en que las condiciones meteorológicas más o menos se mantienen en zonas concretas del planeta y así acotamos, en nuestro caso, cuatro estaciones llamadas verano, otoño, invierno y primavera. Pero en otras regiones del planeta pueden tener dos o tres estaciones: estación húmeda y la seca, estación fría y la suave en el trópico ....

También otra forma que hemos encontrado de dividir el período de tiempo de un año son los meses, períodos de tiempo más o menos relacionados con los ciclos lunares y que, sin entrar en detalles de todas sus posibilidades, en nuestra civilización en tenemos estipulados 12. Esta división del año, sobre todo en el caso de las estaciones, dicen que afectan en nuestro estado de ánimo y visiones de las cosas, quizás uno de los hechos que aún nos mantiene arraigados al ritmo constante de la naturaleza y nos recuerda realmente de dónde o qué somos.

Y como no podía ser de otra forma toda esta manera de medir el tiempo ha influido en el arte, donde muchas personas han intentado reflejar este movimiento cíclico que observamos en la naturaleza. La música no es una excepción y evidentemente una de las obras por excelencia son los cuatro conciertos para violín de A.Vivaldi, uno para cada estación. En este caso les ofrecemos una versión cuidada y musicalmente viva de las manos de un gran músico como es Barry Sargent.

Pero será la música de Tchaikovski que nos unirá cada una de estas estaciones vivaldianas. En 1875 el editor N.Berbard encargó a Tchaikovski un conjunto de 12 piezas para piano, una para cada mes del año, sugiriendo unos epígrafes para cada una de ellas. Desde entonces han sido unas pequeñas joyas que numerosos compositores han adaptado para diferentes formaciones
instrumentales.